Todos los días de su infancia Miguel Robles se sentaba sobre la escena del crimen de su padre y viajaba rumbo a la escuela. En lugar de mirar por la ventanilla los letreros de los negocios, Miguel se la pasaba observando los agujeros que las balas que asesinaron a su papá habían dejado en el Renault 6. La falta de dinero le había impedido a su madre cambiar el auto y no quedó más remedio que tapar los orificios con masilla. Pero la masilla se hundía y las huellas de la muerte siempre volvían a quedar en evidencia.
El homicidio del padre de Miguel había ocurrido una tarde de fin del año 1975. José Elio Robles, comisario principal de la Policía de Córdoba, tenía apenas 42 años y era un avanzado estudiante de medicina de la Universidad Nacional. El día de su muerte, así lo publicaron los diarios de la época, “un comando Montonero” lo asesinó apenas estacionó cerca de la facultad de Ciencias Químicas. Como desde hacía unos meses lo habían pasado a retiro, no portaba armas y eso le quitó toda posibilidad de defensa.
Carlos Raimundo Charlie Moore es un cordobés descendiente de ingleses y galeses que en 1974 –a los 24 años– estaba señalado como uno de los miembros del ERP que participó en el copamiento a la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos de Villa María, en la provincia de Córdoba. El 13 de noviembre de ese año, en un allanamiento ilegal, Moore fue detenido junto a su esposa, Mónica Cáceres, y trasladado a un destacamento conocido como la D2, dependiente de la Policía de Córdoba. En realidad se trataba de un centro de exterminio.
Tras la caída de Moore, su nombre se convirtió en una figura repetida en los diarios locales, y más odiada por la militancia revolucionaria cordobesa. La razón también puede leerse en los diarios de la época. Tras la captura del militante la policía comenzó a difundir extensos comunicados en los que indicaba que “gracias a la inestimable cooperación de Moore” se había podido detener a integrantes de diferentes organizaciones revolucionarias.
Ciertas o no esas “colaboraciones”, Moore se convirtió rápidamente en un “quebrado” para quienes no conocían sus condiciones de detención. En 1975, el ERP lo condenó a muerte por los supuestos delitos contrarrevolucionarios de “delación, colaboración y traición”.
Miguel. Cuando murió su padre, Miguel tenía cinco años y era el tercero de cuatro hermanos. Los otros tenían 13 años, 11 años y siete meses. La investigación del caso quedó en la nada. Los diarios reprodujeron lo que decía la policía: que Robles había recibido varias supuestas amenazas de Montoneros. Nunca supieron que el comisario había tenido –y por eso lo habían retirado– serias diferencias con uno de sus superiores, Luis Alberto Choux, por entonces jefe de policía.
Cuando la mamá de Miguel, después de muchos meses de gestión, empezó a recibir la pensión, se encontró con que era mucho menor a lo que correspondía. Dispuesta a quejarse, desde el organismo encargado le solicitaron que les trajera el expediente que certificaba la muerte. Era 1976 y cuando la viuda trató de gestionar esos papeles obtuvo como respuesta que en un “incendio” ese expediente se había “quemado”.
La mujer solicitó que se rehiciera y la respuesta fue mucho más clara: “Señora, no sé si entiende pero en ese incendio accidental sólo se quemó un expediente que es el de su marido. Además, déjeme recordarle que a su marido se le advirtió que iba a ser víctima de un atentado y, debido a su imprudencia, mire lo que pasó”. La viuda se dedicó desde entonces a cuidar a sus cuatro hijos. Tapó los orificios de bala con masilla y la ausencia con silencios.
Carlos Raimundo. La estadía de Moore en el centro clandestino de detención fue larga y polémica. En los juicios que se han llevado adelante en Córdoba en los últimos años, varias víctimas lo han señalado como “colaboracionista” e inclusive han testificado que él presenciaba y hasta participaba –del lado de los victimarios– en sesiones de tortura.
Permaneció en la D2 desde su captura, en noviembre de 1974, hasta su fuga en el mismo mes de 1980. Durante los primeros cuatro años compartió cautiverio con su mujer, Mónica Cáceres, y allí concibieron y tuvieron una hija cuyo padrino es, ni más ni menos, Raúl Pedro Telleldín, uno de los jefes más sanguinarios de esa dependencia. Moore compartió cautiverio con decenas de desconocidos que, en diferentes “traslados”, terminaban asesinados. También con importantes cuadros políticos, como Marcos Osatinsky, de Montoneros.
Aunque hasta el día de hoy es considerado por algunos “un traidor”, un hecho objetivo lo convirtió en una voz muy reproducida por los organismos de derechos humanos de Córdoba. Apenas logró fugarse del país, Moore se presentó ante un delegado de Naciones Unidas en Brasil y realizó una extensa declaración en la que relató por primera vez, con precisión y contundencia, los miles de crímenes de los que fue testigo durante su estadía en la D2.
Policía. A los 19 años, con su familia en desacuerdo, Miguel decidió ingresar a la Policía. Terminó trabajando en la División Homicidios. La primera noche en que logró quedarse solo en la dependencia buscó el expediente del crimen de su padre. No lo encontró. De a poco se convirtió en un curioso, en un husmeador, y gracias a su notable capacidad de escuchar, preguntar y escribir, pasó a ser un sumariante (el que toma las denuncias) muy importante. Todos los días Miguel conocía una nueva escena del crimen y, como cuando iba a la escuela en el Renault 6, observaba, aprendía y escuchaba. A esa altura la idea del crimen a manos de Montoneros se desvanecía. A José Elio lo habían matado los policías que habían formado parte de la D2.
Por aquellos años uno de los integrantes de la plana mayor y jefe directo de Robles era Carlos El Tucán Yanicelli, ex integrante de la D2. En 1996 se creó en Córdoba un nuevo organismo llamado Policía Judicial. Los sumariantes fueron traspasados. Miguel siguió trabajando en la Jefatura de Policía, pero convertido en funcionario judicial.
La ausencia de Moore lo convirtió en un fantasma. Se decía que lo buscaban, pero nadie parece haberlo hecho realmente. Nunca fue indagado por la Justicia, nunca se lo citó a declarar. Quizás era más fácil encasillarlo en el rol del “traidor” y “colaboracionista” antes que arriesgarse a escucharlo.
Conocí a Miguel hace unos seis años en la central de Policía. Se acercó con su aspecto misterioso y me contó que a su padre lo habían asesinado otros policías. “Lo mataron porque era un gris. En esta institución no hay lugar para los grises”, dijo. Ansioso, le pedí que me dejara contar su historia, escribirla. Ese chico de 34 años parecía cargar en sus espaldas un peso que lo inclinaba hacia delante, como si estuviera por derrumbarse. Miraba hacia todos lados, perseguido. Me dijo que no, que todavía no. Que no era el momento de contar su historia.
Seguimos viéndonos. Era un juego de ajedrez. Hablábamos, pero no podíamos relajarnos. No sólo yo lo miraba con desconfianza, lo mismo pasaba con sus compañeros de trabajo. “Está obsesionado con el padre. No habla de otra cosa”, decían.
El aspecto de Miguel era triste, solitario. Cuando pregunté en algunos organismos de derechos humanos, los militantes me dijeron algo similar. Desconfiaban: “Ha venido aquí, dice que al padre lo mataron los de la D2, pero no está claro”. Miguel era un hijo de desaparecido que no militaba. Un policía que buscaba indagar en los ’70. Un gris acá y allá, igual que su padre. A esa altura ya era un experto en investigación criminal.
La verdad endereza. La investigación de Miguel lo llevó a aquella declaración de Moore de 1980. El ex militante del ERP había declarado sobre el asesinato de un policía a quien sus propios compañeros mataron por cuestionar la estrategia del terror implementada desde la D2. Allí decía también que los mismos asesinos habían difundido falsamente que Montoneros se adjudicaba esos homicidios. En 2008, en un juicio realizado contra Menéndez en Córdoba, volvió a surgir esta metodología. Se habló de varios policías asesinados y surgió el nombre del padre de Miguel. No quedaba otra alternativa que llegar a Moore. Miguel lo sabía.
Volvimos a encontrarnos en marzo de este año, cuando me contó su aventura. Había viajado a Inglaterra. Había pasado dos semanas viviendo con Moore y Mónica en su propia casa. Había entrevistado al ex preso en una conversación filmada que pensaba donar al archivo provincial de la memoria.
Mientras me hablaba se reía, su espalda estaba más derecha y su rostro ya casi había perdido esa tensión que lo caracterizaba. Por primera vez hablamos de mi familia, de mis hijos y de sus deseos de futuro. Me dijo que no le preguntara más por Moore, que él iba a avisarme cuando fuera el momento. Me permití hacerle una broma: “Vos vivís compartimentado”.
Hace unos días me llamó. Quería mostrarme algo. Llegó con un libro recién sacado de imprenta: La búsqueda, un reportaje a Charlie Moore. El trabajo tiene 308 páginas en las que el ex preso cuenta detalles horrorosos y meticulosos de la estrategia de exterminio aplicada por la Policía de Córdoba. Con toda su capacidad de sumariante y con un estilo que recuerda a las entrevistas que realizaba Rodolfo Walsh a sus fuentes, ese trabajo pone a prueba, indaga e increpa a Moore aportando decenas de pruebas que serán claves para acceder a la verdad.
En la página 148 Moore se refiere al asesinato del papá de Miguel. Relata el asesinato según los mismos asesinos lo habrían contado al regresar el día del crimen a la D2: “Tu padre fue y estacionó el coche en la Ciudad Universitaria. Ya le habían hecho inteligencia y siempre estacionaba más o menos en el mismo lugar. Apenas detuvo la marcha se le fueron encima”. Según el relato, entre los asesinos estuvieron cuatro integrantes de la D2: Cuca Antón, su hermano Herminio El Boxer Antón, Raúl Sérpico Buceta y Alberto Cara con riendas Lucero.
José Elio Robles es el segundo oficial de más alto rango asesinado en toda la historia de la policía cordobesa. Su caso sigue impune. En el tercer piso del edificio de Jefatura (junto al despacho del actual jefe) existe una galería donde los cuadros de los ex jefes de Policía tienen un lugar de honor. Entre ellos se destaca la imagen de Choux, aquel que estaba enfrentado con Robles y que era jefe cuando parte de la Policía de Córdoba salía de cacería a secuestrar para después torturar y matar. La verdad de Miguel sigue incomodando.
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