Conmovedor testimonio de familiares de tres desaparecidos de Cutral Co
Rogelio Mendez. Foto 8300web (Jorge Ariza)
Rogelio Méndez, hermano del entonces conscripto José Delineo, solicitó que los represores informen “donde yacen los muertos”. Dora Seguel, hermana de la estudiante universitaria Arlene y sobreviviente del “Operativo Cutral Co”, narró los dos episodios en los que fue abusada sexualmente durante su cautiverio. En tanto Juana
Aranda, esposa del trabajador de YPF Miguel Angel Pincheira, concluyó
su declaración con la lectura de una carta escrita por él, desde la
cárcel, en agosto de 1976.
“A nosotros nos mentían”
Alrededor de las 9:30 comenzó la audiencia de hoy en el segundo
juicio por delitos de lesa humanidad cometidos en la región, causa
conocida como “Escuelita II”. En esta ocasión el Salón Verde de Amuc de
la ciudad de Neuquén, donde se desarrolla el debate, se vio colmado de
público.
El primer testigo de la jornada fue
Rogelio Mendez, hermano de
Octavio Omar detenido
en el colegio secundario durante el operativo conjunto realizado en
Cutral Co por personal del Ejército, policía federal y provincial,
interrogado y golpeado en la comisaría local; y de José Delineo, quien
fue secuestrado cuando se encontraba prestando el servicio militar
obligatorio en Junín de los Andes y aún permanece desaparecido.
En aquellos años, Rogelio cursaba sus estudios en la escuela
comercial nocturna Margarita Paez, al igual que Octavio. El 14 de junio
de 1976 escuchó un movimiento de gente en la galería del
establecimiento. Observó como un grupo de militares y policías sacaban a
su hermano. Logró identificar a un oficial, apellidado Vizcarra, a
quien conocía y le preguntó porqué se lo llevaban.
“No te hagas problema, le hacemos un par de preguntas y lo largamos”,
respondió. Pidió permiso a las autoridades del colegio y se fue a la
casa de sus padres, hasta donde habían llegado las fuerzas de seguridad.
“Mi madre llorando, la casa revuelta, todo un desastre”, precisó.
Octavio permaneció una noche en la comisaría de Cutral Co.
José Delineo Mendez. Foto del sitio apdhneuquen.org.ar
Ese mismo día, José Delineo fue detenido en el Grupo de Artillería de
Montaña 6 de Junín de los Andes. El testigo aseguró que sus padres
tenían planificado viajar para ver a su hermano, cuando se enteraron que
lo habían trasladado al Batallón de Ingenieros 181 de Neuquén. La
familia confirmó que José se encontraba ahí ya que recibió una “esquela”
enviada por el soldado Navarrete, quien había comentado de la presencia
del conscripto a sus compañeros
tal y como lo declaró Héctor Gonzalez.
En el Batallón, Rogelio, su padre Aurelio, y su madre María Magdalena
Bamonde visitaron a José. Conversaron en el patio, debajo de los
árboles. Él les contó que había sido vendado y sacado de noche, no muy
lejos del lugar de detención, golpeado y torturado. Afirmó que lo
obligaron a decir “cosas que a él nunca se le habían pasado por la
mente” y le indicaron que se encontraba entre aquellos que eran
“irrecuperables para la sociedad”. Luego fue trasladado a la Unidad 9 de Neuquén, a disposición del PEN, y posteriormente al penal de Rawson.
En su testimonio Rogelio destacó la intensa búsqueda de su padre y su
madre, más aún cuando le informaron que había cesado el arresto de José
y que había sido liberado el 3 de noviembre de 1976. La familia se
reunió con el jefe de personal del Comando, Luis Alberto Farías Barrera,
y con el jefe de Inteligencia del Comando, Oscar Lorenzo Reinhold. El
testigo rememoró que los militares le insistían mucho para que
los ayudáramos a buscarlo, de lo contrario José se iba a “transformar en
un desertor del Ejército”. Mencionó los cinco habeas corpus
interpuestos y las innumerables notas presentadas ante organismos
nacionales e internacionales.
A propósito de las declaraciones públicas del represor Jorge Rafael
Videla, Rogelio le solicitó al Tribunal Oral Federal que en forma verbal
o escrita quienes están siendo juzgados señalen “donde yacen los
muertos” de la región. También le requirió al jefe del regimiento de
Junin que diga dónde está José:
“a él le faltó un soldado clase 55″.
“Nos embaucaron a nosotros”, expresó Rogelio, ya que
les decían que buscaran a José cuando sabían que había sido asesinado.
“A nosotros nos mentían”, agregó. El tribunal hizo una copia de la
carpeta que trajo el testigo con documentación sobre la búsqueda de su
hermano.
Dora Seguel. Foto archivo 8300web (Cecilia Malletti)
“No vas a servir para nada”
Dora Seguel fue la segunda testigo en declarar, pero
la primera en que juró decir la verdad por la memoria de su madre, los
30.000 desaparecidos, sus compañeros, y sus hermanas Arlene y Argentina.
En 1975 militaba en el PRT. Tenía 16 años. Trabajaba por la mañana e
iba al colegio a la noche. Arlene, estudiante de la carrera de Trabajo
Social en la Universidad Nacional del Comahue, y Argentina también
estaban en el partido.
Aquel fatídico 14 de junio de 1976, dos días después de que se
llevaran a Arlene, el celador del colegio le avisó que la necesitaban en
dirección.
Mario Gerceck,
el entonces director que declaró la semana pasada, le dijo: “te busca
la policía”. Al salir a la vereda vio a su papá junto a un camión
celular y a una gran cantidad de soldados armados. El que comandaba el
operativo era Reinhold. Un oficial la manoseo antes de entrar al
vehículo. “Mi papá no pudo hacer nada”, aseguró. Los condujeron hasta la
comisaría de Cutral Co.
En el destacamento había mucho movimiento y una camioneta estacionada
de culata. La ingresaron a una oficina y a su padre lo colocaron contra
la pared. Un policía provincial le tomó la declaración mientras la
insultaba:
“pendeja de mierda, cómo se te ocurre militar en ese partido”. La
llevaron a un calabozo, sola. Le vendaron los ojos y ataron sus manos.
La hicieron caminar gateando y le pidieron que se agachara solo para
patearla. Llegó hasta la oficina del comisario Héctor Mendoza donde fue
interrogada.
“Todo apuntaba a Arlene, sus amistades, su ideología política”, expresó. “Dijeron que yo sabía mucho sobre armas”, añadió y un militar exclamó: “llevate a esta tarada”.
Subieron a Dora al camión. No se escuchaba ningún ruido. Allí se perpetró la violación.
Hacía mucho frío y hubo silencio durante un largo rato, hasta que
enfrente sentaron a Miguel Ángel Pincheira que gritó su nombre:
“tengo un hijo, larguenme por favor, tengo que alimentarlo.” Oyó también a un compañero de partido:
“Soy Carlos Chaves, tengo una hija, liberenme, soy el sostén de familia”.
Chaves y Pedro Maidana, secuestrado aquella jornada, pertenecían al
PRT. Dora los había visto en reuniones. Todos y todas, conocidos con
nombres ficticios, eran perseguidos por su ideología.
Al amanecer el camión partió hacia la U9 de Neuquén. En la cárcel
Dora escuchó la voz de Argentina y de Alicia Pifarré, estudiante de la
carrera de Letras de la Universidad del Comahue. A Chaves “costaba
reconocerlo” por lo maltratado que estaba. De la unidad fue llevada al
aeropuerto junto a su hermana y otros, en un viaje rumbo a Bahía Blanca.
Argentina se descompuso en el avión y un militar le acercó un
chocolate:
“disfrutenlo porque quizá sean el último que comen en sus vidas”.
Arlene Seguel. Foto del sitio desaparecidos.org
En Bahía fue interrogada por “El Tío” (suboficial mayor Santiago Cruciani) y
nuevamente abusada. Su verdugo la entregó a un militar que la reclamaba:
“a esta negrita la quiero para mí”.
Dora pensaba de qué manera rehuirle a su violador. Incluso se le
ocurrió decirle que tenía una enfermedad venérea, sífilis. El hombre la
cargó en un auto Ford Falcon, y luego de dar un par de vueltas, la bajó y
se produjo el ataque sexual. De regreso al lugar de detención alguien
preguntó por Arlene Seguel. Su hermana se levantó de una cama metálica.
Fue la última vez que supo de ella.
Dora, víctima de un delito sexual, oyó cuando un militar abusó de una
compañera a su lado. Al día siguiente el hombre le dijo: “perdoname, te
violé por error”.
“Yo no sé como se puede violar por error”,
afirmó. Su razonamiento fue: “si a ella la violaron por error, a mí no,
lo mío tenía un fin”. Y recordó las palabras que escupían los
torturadores: “no vas a servir para nada, sos una mierda”.
Argentina y Dora fueron tiradas en la ruta camino a coronel Dorrego.
“Cuenten hasta que se cansen”,
soltó quien las arrojó. Cuando leyó en un diario que a Mónica Morán –
no docente de la universidad, integrante del partido y detenida en
Bahía- la habían matado en un enfrentamiento junto a otras personas que
figuraban como NN, pensó enseguida en Arlene, de quien se desconoce su
paradero.
Antes de concluir su testimonio, requirió copia de la declaración realizada pues va a
pedir que se juzgue la violencia sexual por ella sufrida como delito de lesa humanidad.
El fiscal José María Darquier aseguró que está en trámite una
investigación al respecto en la fiscalía federal de primera instancia.
Foto archivo 8300web (Emiliano Ortiz)
“Están ustedes en las paredes despintadas”
La última testigo de la jornada fue Juana Aranda de Pincheira, esposa
de Miguel Angel, subdelegado de YPF y profesor de basquet. Detenido el
14 de junio en su domicilio fue trasladado a la comisaría para pasar
luego a la U9. En aquel momento el hijo de ambos, Juan Manuel, tenía un
año. “Nosotros recién empezábamos a vivir en pareja”, relató Juana.
En los interrogatorios a Pincheira le preguntaban por Oscar Hodola,
compañero de trabajo en YPF, actualmente desaparecido al igual que él.
Miguel Angel recorrió la U9 de Neuquén, la U5 de General Roca, y el
penal de Rawson. También estuvo alojado en los centros clandestinos de
detención y tortura “La Escuelita” de Neuquén y Bahía.
En Chubut, Juana lo vio muy demacrado. Con la esposa de Maidana se
turnaban para preguntar por sus familiares en el Comando de Neuquén,
donde se entrevistaban con el mayor Farías Barrera. Al igual que José
Delineo Mendez, Miguel Angel fue puesto en libertad el 3 de noviembre
de 1976, pero nunca regresó. La testigo supo que en 1978 había un hombre
de apellido Pincheira en una cárcel bahiense, afectado en su estado
mental, y allí fue a buscarlo, pero cuando llegó le dijeron que ya no
estaba. En una oportunidad, encontrándose en Buenos Aires, alguien le
dejó un recado en un hotel avisándole que su esposo quería ponerse en
contacto, resultando infructuoso.
Al finalizar su declaración, Juana leyó una carta escrita por Miguel
Angel, de agosto de 1976. “Están ustedes en las paredes despintadas”,
escribió en relación a ella y su hijo. “A veces me admiro de este cuerpo
mío”, agregó, “y pienso que sería de el sin ustedes”. Sus palabras
resonaron en la sala:
“No me ves pero estoy allí”.
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